La presencia de Chile en la XII Bienal de París fue “no-oficial”; es decir, no correspondió a una envoi de gobierno. Fue Georges Boudaille –crítico de arte francés y comisario de la bienal– quien imaginó esta invitación fuera de concurso, para permitir que el arte chileno bajo la dictadura estuviera presente en dicha instancia.
El contacto con el arte chileno lo había realizado Boudaille con Nelly Richard y Carlos Leppe durante la presencia de éstos en las Jornadas de la Crítica de Buenos Aires, organizadas por Jorge Glusberg, en noviembre de 1981. De este modo, a Nelly Richard le fue encomendada la tarea de organizar un envío.
Nelly Richard convocó a una reunión de artistas de su selección, entre los que se encontraban Eugenio Dittborn, Carlos Leppe, Carlos Altamirano, CADA (Colectivo de Acciones de Arte), Marcela Serrano, Arturo Duclos, entre otros. A partir de este encuentro Richard resolvió realizar un envío sobre soporte fotográfico, solicitando a cada artista invitado entre tres y cuatro reproducciones.
Junto a este envío, Richard consiguió que Leppe realizara una acción corporal. Leppe escogió uno de los baños del Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris.
El baño del museo tenía dos áreas; la primera, los lavabos; la segunda, los urinarios. En los lavabos, frente a un espejo continuo, dos personas –Juan Domingo Dávila y Manuel Cárdenas– enjuagan de manera persistente, prendas de ropa. Ambos tenían el torso cubierto por camisetas sin mangas y permanecieron desarrollando esta actividad mientras duraba la acción de Leppe.
En la zona de los urinarios, Leppe se instaló vestido de negro riguroso y con el pelo fijado a la gomina. Previamente, había instalado una cierta cantidad de tierra, fabricando un montículo sobre cuya cima dispuso una imagen de yeso de la Virgen María (Inmaculada Concepción). Junto a esta imagen dispuso sobre el suelo embaldosado del baño, un plato enlozado, una torta con abundante crema, un reproductor portátil de audio (radio cassette), una máquina desechable y crema de rasurar.
Leppe hizo ingreso portando una maleta. Se instaló en medio del estrecho recinto y esperó erguido unos segundos. De su bolsillo extrajo una hoja de papel donde tenía escrito un discurso que leyó en voz alta de manera declamatoria, con un tono levemente paródico. Una vez concluida la lectura comenzó a desprenderse de la ropa viril que portaba y la reemplazó por un traje de vedette, coronando su cabeza con un ostentoso arreglo tricolor de plumas, para luego poner en funcionamiento el reproductor de audio, a través del cual se pudo escuchar Mambo nº 8, de Pérez-Prado, a cuyos sones Leppe comenzó a ejecutar el baile homónimo.
Una vez concluido el baile, Leppe se hincó y cubrió su velludo pecho con crema de rasurar y con la ayuda de la máquina desechable comenzó a afeitarlo con gestos de torpeza evidente. En esa misma posición, tomó la torta cremosa desde el suelo y comenzó a devorarla vorazmente. Una vez ingerida, Leppe introdujo sus dedos en la boca llegando hasta la epiglotis para forzar un violento vomitó sobre el piso del baño.
En la sala contigua de los lavabo, Juan Domingo Dávila y Manuel Cárdenas seguían fregando la ropa interior. En la sala de los urinarios, una vez que devolvió la torta ingerida, Leppe inició gateando la retirada del recinto hasta caer rendido al cabo de unos metros, en el piso alfombrado de uno de los pasillos del museo.